Finalmente, llegó arriba, pero no subió el último escalón. Puso el pie sobre él, y se limitó a observar. Aquel lugar no era ni de lejos tan bonito como le habían dicho. Era lógico, aquella belleza no podía expresarse sólo con palabras.
Estaba tan claro que allí no había nadie que si no fuese porque estaba delante de uno de los jardines mejor cuidados que había visto nunca, pensaría que la casa estaba deshabitada. Se dio la vuelta, y se sentó sobre el último escalón. La vista era impresionante. Pensó entonces en la subida. En que cuando perdió la cuenta de los escalones que subía intentó controlar el tiempo que había pasado desde entonces. Pensó en que cuando perdió la cuenta del tiempo que había pasado desde que había perdido la cuenta de los escalones que había subido, no debía haber llegado todavía a la mitad.
Allí, todas las cosas que alguna vez le habían preocupado perdieron su sentido, y sonrió.
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Corullón, 20 de Abril de 2010
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