Adoro el sol. Me encanta, sobre todo el de las mañanas de verano. Ese sol de las nueve que acariciaba la ladera de la montaña donde yo vivía, y que te despertaba cariñosamente durante tus vacaciones, y te invitaba a disfrutar de un maravilloso día más sin cole. Un día sin sol es como un cochecito de juguete que no funciona del todo bien. Lo coges, lo examinas detenidamente, y no parace faltarle nada, !pero hoy ya no corre tanto!
Con las noches me pasa lo mismo. He tenido la suerte de crecer en un lugar del mundo que me ha permitido, igual que correr bajo el sol, caminar bajo la luna. Una luna que, llena o no, ha iluminado innumerables noches en mi vida. Yendo en cualquier dirección, estando en cualquier lugar, siempre que he podido me he detenido, aunque fuera por un momento, a contemplar. Aún hoy en día, por mucha prisa que tenga, esté con quien esté, no puedo evitar detenerme un momento. Un castillo, desde cualquiera de sus ángulos, lo mismo da. Laderas de montañas que, sabias y pacientes, observan el pasar de los años, sin moverse un ápice, sin quejarse de nada. Exhibiendo una belleza natural que siempre ha conseguido llenarme el pecho de ilusión y felicidad. Contándome historias que existieron, contándome historias que podrían existir, aunque sólo fuera en mi imaginación, aunque sólo fuera en mi corazón. Todas ellas las describo torpemente en español como fascinantes y sobrecogedoras. Que me perdonen por ello las casas, montañas, océanos y mares iluminados por la luna, a quien nunca estaré suficientemente agradecido. Pero siempre seguirá regalándome su luz.
Muchas veces he lamentado, y anoche volvió a pasar, no ser siquiera un poco más hábil con una cámara de fotos, para poder ver cuando quisiese una noche iluminada por la luna.
El día que camine bajo la luna y no sienta todas estas cosas, yo ya no correré tanto.
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A la luz de la luna
Corullón, 27 de Diciembre de 2009
¿Qué te gustaría hacer hoy?
- Mochueloberciano
- Porto, Portugal
- Amante del absurdo y los chistes fáciles donde los haya, roble, o castaño; de esas cosas con cuatro ruedas que hacen "run run", y de las cosas buenas de la vida en general.
domingo, 27 de diciembre de 2009
martes, 22 de diciembre de 2009
El Día
(Continuación de "Un día menos")
Había llegado. Por fin. Cuando conseguí dormirme, pasé una buena noche, después de todo, aunque no dormí todo lo que yo hubiera querido. La mañana fue sobre ruedas; para mis jefes y sus nuevos socios la formalización de una nueva era, para mí una fiesta de despedida. Era mi último trabajo y, aunque no podía desentenderme totalmente de ello, lo había dejado todo bien atado, para poder retirarme en paz. Mi nueva vida acababa de empezar. Mi cuerpo seguía cansado, pero yo era feliz. Tras cuatro deliciosos platos, un postre y una sobremesa de sonrisas a mi alrededor, lo único que me interesaba era largarme de allí. Con el dinero suficiente para diseñar mi nuevo estilo de vida a mi antojo, la ilusión me embargaba por completo.
Cuando conseguí salir de allí, debían ser más de las seis de la tarde; mi futuro y yo nos encontraríamos muy pronto. Una de las razones por las que elegí esta ciudad para cerrar las negociaciones, es que es una de mis favoritas, y he visto muchas en el mundo. Había quedado con mi futuro en un pequeño mirador situado en medio de un acantilado, y que nunca entendí cómo no había llegado a coincidir allí con más de dos personas a la vez. Arranqué el coche feliz, aunque inquieto por llegar allí. No había nadie, lo que me hizo sentir mejor todavía. Paré el coche de cara al mar, a una distancia prudente de la barandilla de piedra, donde tantas y tantas veces había soñado con éste momento. No pude más que sonreír, parar el motor, y bajarme del coche. Entonces se me ocurrió algo que no había hecho nunca: me quité los zapatos, y me subí al techo. Mirando al mar, me puse de pie, abrí los brazos, y dejé que la brisa me acariciase dulcemente, cerrando los ojos y llenando mis pulmones con ese olor a mar que no me sabía mejor en ninguna parte del mundo que yo conozco.
No sé cuánto tiempo pasó, pero finalmente me senté en el techo del coche, disponiéndome a contemplar la puesta de sol, pensando lo que no me había podido permitir desde hacía tiempo: iba a hacer lo que quisiera con mi vida. Los tiempos de la hipocresía elegante, estudios de mercado, investigar a mis competidores... de mis labios salió un susurrante y feliz adiós, que nadie más que yo necesitaba oír.
-¿Te vas a despedir así?
Estaba tan ensimismado que fue sólo entonces cuando fui consciente de los tacones que se habían acercado a mí. No me importó, hasta que aquella voz me clavó una aguja de veterinario en el corazón.
-Irene. ¿Cómo tú por aquí?
La mujer del "casi quince días", que casi ya ignoraba, había llegado. El problema es que yo no había quedado con ella, y el hecho de que estuviera allí significaba que tenía que ponerme a trabajar otra vez. Soy de respuestas rápidas, pero me pilló como nadie lo hizo nunca. Salí del paso como cualquier ser humano, que lo soy, no me lo esperaba. Nadie de mi ambiente laboral, y menos ella, que trabajaba para otra empresa, podía saber ni que yo estaba allí, ni que me gustaba estar en ese sitio. Punto para ella.
-Yo también tenía qué hacer después de la fiesta.
Interesante. Y eso te ha traído hasta aquí.
-¿Vienes a recordarme lo de las famosas dos semanas? Todo eso ya ha terminado.
Con un poco de suerte, se iría y mi futuro podría continuar.
-No. Vengo a pasar la tarde contigo, si no te importa.
-¡En absoluto! ¿Cómo me iba a importar?
¡Claro que me importa! Eres la última persona con la que quiero pasar la tarde, después de lo que me has estado diciendo, tú sólo vienes a seguir vengándote. Lo siento, te gané por la mano, y no voy a permitir que te salgas con la tuya hoy. Te irás porque vas a querer irte. Ya se me ocurrirá algo.
-Entonces, ¿te parece si nos vamos a dar una vuelta?
-Se está bien aquí.
-Va a anochecer, y una puesta de sol aquí, puede ser demasiado romántica, y no quiero que te enamores de mí.
Descubrí en ella un sentido del humor que no había visto desde que la conozco. Sabe que el aborrecimiento que siente por mí es mutuo, y me reí.
-De acuerdo, vamos donde tú quieras.
Punto para mí; no quiero compartir este sitio ni este momento contigo.
Quedamos en el centro, como dos turistas, y paseamos por delante del ayuntamiento, la catedral y demás puntos de interés cultural, hablando del tiempo, lo bonita que era la ciudad y una infinidad de temas insustanciales. Cada vez que la miraba, ella sonreía taimadamente, consciente de que me estaba castigando de una manera ejemplar. Lo hizo durante horas, y cómo no, tuvo la feliz idea de invitarme a cenar, mientras yo ya estaba deseando que mi ya ex-jefe me llamase, aunque fuera para sacarle brillo a sus zapatos. Le pedí que escogiese el restaurante, para que terminara de quedarse a gusto, y de paso me dejase un ratito para siempre en paz.
Escogió mi restaurante favorito, y decidí dejar de resistirme, porque ya no tenía ningún sentido. No quería mentir más; no necesitaba quedar bien con ella ni con nadie nunca más; tan sólo quería, de ahora en adelante, ser lo que no podía en mi trabajo: sincero y natural. Esperé pacientemente a que nos atendieran, y después de pedir, comenzó de verdad mi nueva vida, ya no me importaba que fuese delante de ella.
-¿Sabes? Éste es MI restaurante favorito.
-No. Éste es MI restaurante favorito.
Lo sabía.
-Lo sé.
Sus ojos se encendieron de repente, como si hubiera pulsado algún tipo de interruptor, y me deslumbraron igual que lo hace la luz del flexo de mi escritorio cuando lo enciendo a última hora de la tarde. Tardé un poco en reaccionar. Seguí hablando.
-Te voy a ser sincero.
-¡Por fin una verdad en toda la tarde! No está mal.
-Ya. Bueno.
-Antes de que empieces, yo también lo seré.
-Adelante.
-Te estoy haciendo esto porque has elegido esta ciudad para cerrar el trato.
-¿Esto es una lección de humildad?
-Sí.
-La acepto.
-Bien. No sólo has conseguido batir un récord con tus negociaciones magistrales o como a tí te de la gana de llamar a lo que haces, sino que me has humillado. Te he estado investigando, igual que sé que tú a mí, y tú lo has utilizado para humillarme, cerrando un trato mundialmente histórico en la ciudad donde yo vivo, en la ciudad donde yo he nacido, un trato en el que mis intereses salían perdiendo.
-Sí.
-Eso no está bien.
-Lo sé. Pero esta ciudad también es especial para mí.
-Yo también lo sé. Aún así, lo menos que he podido hacer es joderte estos días y sobre todo esta tarde porque sé que no se te va a olvidar en mucho tiempo.
-Por eso acepto tu comportamiento y lo siento. Ahora que está todo abiertamente aclarado, sólo podemos hacer dos cosas.
-¿Cuáles?
-Besarnos, o irnos cada uno por su lado.
Ella empezó a reírse; me hizo sentir muy bien que entendiese mi broma, y aún más que le hiciese gracia. No me quedé ahí.
-Hoy tienes la oportunidad de demostrar que eres mujer, además de una dama.
Estallamos a carcajadas un buen rato, y cuando recobramos el aire, ella me sonrió.
-Ha sido realmente gracioso. -dijo-
-Lo sé. Siempre quise decir eso.
¡Qué grande eres, Joaquín!
Terminamos la cena charlando animadamente, y aquella fue la última vez que la ví.
Había llegado. Por fin. Cuando conseguí dormirme, pasé una buena noche, después de todo, aunque no dormí todo lo que yo hubiera querido. La mañana fue sobre ruedas; para mis jefes y sus nuevos socios la formalización de una nueva era, para mí una fiesta de despedida. Era mi último trabajo y, aunque no podía desentenderme totalmente de ello, lo había dejado todo bien atado, para poder retirarme en paz. Mi nueva vida acababa de empezar. Mi cuerpo seguía cansado, pero yo era feliz. Tras cuatro deliciosos platos, un postre y una sobremesa de sonrisas a mi alrededor, lo único que me interesaba era largarme de allí. Con el dinero suficiente para diseñar mi nuevo estilo de vida a mi antojo, la ilusión me embargaba por completo.
Cuando conseguí salir de allí, debían ser más de las seis de la tarde; mi futuro y yo nos encontraríamos muy pronto. Una de las razones por las que elegí esta ciudad para cerrar las negociaciones, es que es una de mis favoritas, y he visto muchas en el mundo. Había quedado con mi futuro en un pequeño mirador situado en medio de un acantilado, y que nunca entendí cómo no había llegado a coincidir allí con más de dos personas a la vez. Arranqué el coche feliz, aunque inquieto por llegar allí. No había nadie, lo que me hizo sentir mejor todavía. Paré el coche de cara al mar, a una distancia prudente de la barandilla de piedra, donde tantas y tantas veces había soñado con éste momento. No pude más que sonreír, parar el motor, y bajarme del coche. Entonces se me ocurrió algo que no había hecho nunca: me quité los zapatos, y me subí al techo. Mirando al mar, me puse de pie, abrí los brazos, y dejé que la brisa me acariciase dulcemente, cerrando los ojos y llenando mis pulmones con ese olor a mar que no me sabía mejor en ninguna parte del mundo que yo conozco.
No sé cuánto tiempo pasó, pero finalmente me senté en el techo del coche, disponiéndome a contemplar la puesta de sol, pensando lo que no me había podido permitir desde hacía tiempo: iba a hacer lo que quisiera con mi vida. Los tiempos de la hipocresía elegante, estudios de mercado, investigar a mis competidores... de mis labios salió un susurrante y feliz adiós, que nadie más que yo necesitaba oír.
-¿Te vas a despedir así?
Estaba tan ensimismado que fue sólo entonces cuando fui consciente de los tacones que se habían acercado a mí. No me importó, hasta que aquella voz me clavó una aguja de veterinario en el corazón.
-Irene. ¿Cómo tú por aquí?
La mujer del "casi quince días", que casi ya ignoraba, había llegado. El problema es que yo no había quedado con ella, y el hecho de que estuviera allí significaba que tenía que ponerme a trabajar otra vez. Soy de respuestas rápidas, pero me pilló como nadie lo hizo nunca. Salí del paso como cualquier ser humano, que lo soy, no me lo esperaba. Nadie de mi ambiente laboral, y menos ella, que trabajaba para otra empresa, podía saber ni que yo estaba allí, ni que me gustaba estar en ese sitio. Punto para ella.
-Yo también tenía qué hacer después de la fiesta.
Interesante. Y eso te ha traído hasta aquí.
-¿Vienes a recordarme lo de las famosas dos semanas? Todo eso ya ha terminado.
Con un poco de suerte, se iría y mi futuro podría continuar.
-No. Vengo a pasar la tarde contigo, si no te importa.
-¡En absoluto! ¿Cómo me iba a importar?
¡Claro que me importa! Eres la última persona con la que quiero pasar la tarde, después de lo que me has estado diciendo, tú sólo vienes a seguir vengándote. Lo siento, te gané por la mano, y no voy a permitir que te salgas con la tuya hoy. Te irás porque vas a querer irte. Ya se me ocurrirá algo.
-Entonces, ¿te parece si nos vamos a dar una vuelta?
-Se está bien aquí.
-Va a anochecer, y una puesta de sol aquí, puede ser demasiado romántica, y no quiero que te enamores de mí.
Descubrí en ella un sentido del humor que no había visto desde que la conozco. Sabe que el aborrecimiento que siente por mí es mutuo, y me reí.
-De acuerdo, vamos donde tú quieras.
Punto para mí; no quiero compartir este sitio ni este momento contigo.
Quedamos en el centro, como dos turistas, y paseamos por delante del ayuntamiento, la catedral y demás puntos de interés cultural, hablando del tiempo, lo bonita que era la ciudad y una infinidad de temas insustanciales. Cada vez que la miraba, ella sonreía taimadamente, consciente de que me estaba castigando de una manera ejemplar. Lo hizo durante horas, y cómo no, tuvo la feliz idea de invitarme a cenar, mientras yo ya estaba deseando que mi ya ex-jefe me llamase, aunque fuera para sacarle brillo a sus zapatos. Le pedí que escogiese el restaurante, para que terminara de quedarse a gusto, y de paso me dejase un ratito para siempre en paz.
Escogió mi restaurante favorito, y decidí dejar de resistirme, porque ya no tenía ningún sentido. No quería mentir más; no necesitaba quedar bien con ella ni con nadie nunca más; tan sólo quería, de ahora en adelante, ser lo que no podía en mi trabajo: sincero y natural. Esperé pacientemente a que nos atendieran, y después de pedir, comenzó de verdad mi nueva vida, ya no me importaba que fuese delante de ella.
-¿Sabes? Éste es MI restaurante favorito.
-No. Éste es MI restaurante favorito.
Lo sabía.
-Lo sé.
Sus ojos se encendieron de repente, como si hubiera pulsado algún tipo de interruptor, y me deslumbraron igual que lo hace la luz del flexo de mi escritorio cuando lo enciendo a última hora de la tarde. Tardé un poco en reaccionar. Seguí hablando.
-Te voy a ser sincero.
-¡Por fin una verdad en toda la tarde! No está mal.
-Ya. Bueno.
-Antes de que empieces, yo también lo seré.
-Adelante.
-Te estoy haciendo esto porque has elegido esta ciudad para cerrar el trato.
-¿Esto es una lección de humildad?
-Sí.
-La acepto.
-Bien. No sólo has conseguido batir un récord con tus negociaciones magistrales o como a tí te de la gana de llamar a lo que haces, sino que me has humillado. Te he estado investigando, igual que sé que tú a mí, y tú lo has utilizado para humillarme, cerrando un trato mundialmente histórico en la ciudad donde yo vivo, en la ciudad donde yo he nacido, un trato en el que mis intereses salían perdiendo.
-Sí.
-Eso no está bien.
-Lo sé. Pero esta ciudad también es especial para mí.
-Yo también lo sé. Aún así, lo menos que he podido hacer es joderte estos días y sobre todo esta tarde porque sé que no se te va a olvidar en mucho tiempo.
-Por eso acepto tu comportamiento y lo siento. Ahora que está todo abiertamente aclarado, sólo podemos hacer dos cosas.
-¿Cuáles?
-Besarnos, o irnos cada uno por su lado.
Ella empezó a reírse; me hizo sentir muy bien que entendiese mi broma, y aún más que le hiciese gracia. No me quedé ahí.
-Hoy tienes la oportunidad de demostrar que eres mujer, además de una dama.
Estallamos a carcajadas un buen rato, y cuando recobramos el aire, ella me sonrió.
-Ha sido realmente gracioso. -dijo-
-Lo sé. Siempre quise decir eso.
¡Qué grande eres, Joaquín!
Terminamos la cena charlando animadamente, y aquella fue la última vez que la ví.
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