Tengo que decir que llegué al hotel completamente agotado. Era consciente de que, físicamente, estaba llegando a mi límite. No ayudó mucho el hecho de que, a pesar de parecer un buen hotel, a las 3 de la mañana hacía frío en la habitación. Haciendo acopio de mis últimas fuerzas, me despojé de toda la ropa que llevaba puesta, que no se acababa nunca, y obligué a mis piernas a arrastrarme hasta la cama; aquel mullidito edredón de plumas sí me ayudó por fin a entrar en calor. Entonces, dejé que mis ojos se cerrasen con entusiasmo y, ya respirando profundamente en aquella nube de latex y seda perfumada, mi mente se sintió liberada, para seguir hinchando el sentimiento de impotencia que ella despertó en mí hacía ya unos días. Lo más frustrante era no poder pararlo. Y no podía, porque tenía razón.
Soy bueno haciendo lo que hago, y me gusta hacer lo que hago. Un trato así no se cierra fácilmente. Yo lo estoy haciendo; al menos lo parece, no hay duda. Pero sea como sea, mi oportunidad se acabó; los quince días han pasado. Según mis planes, cerraremos el trato mañana. No se me ha escapado nada. Es el mejor trabajo que he hecho en mi vida, lo sé, lo siento. Voy a conseguir un acuerdo con unos privilegios que mis jefes nunca hubieran soñado conseguir, por muy dulce que fuesen sus sueños, en sus extremadamente caras y dulcemente calentitas camas.
Pero dos semanas y un día, como ella dijo, con aquella voz que se me clavaba cada vez más en el alma, a la larga harán ver únicamente que mi trabajo se hizo no en quince días, sino en quince días más uno. Mi mayor logro profesional cuestionado por una sencilla, estúpida y arbitraria manera de medir el tiempo, concepto que lo más profundo de mi ser no cree que exista. Reto a cualquiera en este momento a corregir un sólo ápice de mis acciones en los últimos dos años. Yo soy capaz de admitir que cuanto más tiempo pase, mi esfuerzo se verá reducido a una frase: "las negociaciones duraron dieciséis días", pero la sola idea de que se sinteticen mis capacidades y esfuerzos a un rastrero "Por los pelos no se cerró el trato en dos semanas; fue necesario un día más de negociación" hunde mi ánimo y sobre todo mi orgullo a profundidades hasta ahora desconocidas por el ser humano.
Ya queda un día menos para que esto acabe, mañana ya podré por fin pensar en unas buenas vacaciones, que empezarán en algún momento de la tarde. Un día menos. Un día menos.
No me quedaba más remedio que pensar así, hasta que, por fin, me dormí.
(Continúa en "El día")
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Corullón, 22 de Noviembre de 2009